viernes, 18 de marzo de 2011

Sartre y Beauvoir. La historia de una pareja


Jean Paul Sartre conoció a Simone de Beauvoir un día de examen. Examen de filosofía, curiosamente. Ambos estudiaban en la École Normale Supérieure de París. Se habían visto en un par de clases pero, con toda probabilidad, no se recordaban. Demasiado ocupados estaban con sus cosas. Tanto, que al poco de conocerse, Jean Paul Sartre empezó a llamar a Simone «el castor». «Se encerraba en casa a escribir. Vivía dedicada a sus labores intelectuales», dijo el escritor y filósofo.
Y con toda probabilidad se lo recriminó en alguna ocasión. O puede que todo lo contrario. La publicación de “Sartre y Beauvoir. La historia de una pareja” (Lumen) promete saldar todas las dudas al respecto. El volumen, escrito por Hazel Rowley, desmenuza -para reconstruir- la historia de esta pareja, haciendo especial hincapié en las infidelidades de él y los celos de ella. Infidelidades que no eran traiciones, pues Sartre y Beauvoir siempre tuvieron claro que su romance sólo tenía derechos, no deberes.
El libro, que incluso recupera correspondencia de la pareja, se inicia en 1929, año en que Sartre y Beauvoir se encontraron en el mencionado examen de filosofía. Desde el principio, su relación se caracterizó por la independencia, sentimental y sexual, de ambos: no se casaron, vivieron juntos sin compromiso y no tuvieron hijos. Pero, sin embargo, construyeron un puente sin aduanas hacia sus respectivos universos.
Sartre dijo: «El infierno son los otros». Y curiosamente, el otro que fue el filósofo existencialista para Simone de Beauvoir se convirtió en su mayor bendición. «Soy muy afortunada. De repente, ya no estoy sola. Hasta ahora, los hombres que me habían interesado eran de una especie diferente a la mía. Me era difícil comunicarme con ellos sin reservas. Sartre era el doble en quien reencontraba, llevadas a la incandescencia, todas mis manías. Con él podía, simplemente, compartirlo todo. Cuando lo conocí supe que nunca más saldría de mi vida», escribió en una ocasión la autora de “El segundo sexo”, obra que sentó las bases del feminismo actual.
Jean Paul Sartre tenía 23 años cuando se conocieron. «Y era evidente que no iba a renunciar a una posible conquista sexual», dijo ella. Así, Sartre aseguraba que su amor era «necesario» pero que ninguno de los dos debía renunciar a amores «contingentes». Esta idea de Sartre les llevó a firmar un contrato por dos años en el que acordaban vivir juntos durante ese periodo, lo más íntimamente que ambos pudieran soportar. Después se separarían para reemprender, durante un tiempo «más o menos» largo, una vida «más o menos» en común. Además, en el escrito, se comprometían a contárselo «absolutamente» todo.
Pero el acuerdo se rompió al poco, de común acuerdo. En palabras de Beauvoir: «Revisamos nuestro pacto y abandonamos la idea de un contrato entre nosotros». ¿Por qué? Muy sencillo. La teoría y la práctica a menudo no sólo no convergen, sino que son totalmente antagónicas. Así, su unión se estrechó más de la cuenta y podía admitir breves separaciones, pero no largos viajes en solitario.«No nos juramos fidelidad, pero éramos conscientes de ser la persona más importante para el otro», aseguró la escritora en sus memorias.
Cuando aceptaron su mutua devoción, cada uno se transformó en el primer lector del otro, dedicándose cada una de sus obras.Y compartían el proceso de creación a través de largas cartas y encendidas conversaciones.
«Éramos de la misma especie, así que nuestra unión duraría tanto como nosotros», dijo Simone. Esa idea no impidió, sin embargo, que Sartre se acostara con tantas mujeres como podía y que cada vez lo hiciera con chicas más jóvenes. Ella, por su parte, se liaba de vez en cuando con alguien, pero nunca duraba demasiado.O eso es, al menos, lo que dice su autobiografía y el inminente estudio de Hazel Rowley, en el que se suceden anécdotas, como la que asegura que nunca desayunaban juntos, porque él prefería despertarse solo. Detestaba que alguien le dirigiera la palabra por la mañana. O que vivieron en un hotel de París y escribían en una cafetería donde a menudo se les veía discutir sobre cine, jazz o filosofía. O que una de las alumnas de Sartre llegó demasiado lejos: Olga Kozakiewicz se convirtió en amante del pensador, poniendo a prueba los celos de la también escritora.
La prueba apenas se alargó, pues Beauvoir inició poco después una relación con el futuro marido de Olga, Jaques-Henri Bost. Luego llegó Nelson Algren, también escritor, aunque norteamericano, que le pidió que se casara con él. Ella rechazó la propuesta, asegurando que no podía vivir únicamente «de amor y felicidad».
Justo en esa época (corre el año 1949), Sartre y Beauvoir empiezan a despertar más odio que apoyo. La Iglesia, la derecha y algunos comunistas se alinean en contra del filósofo, mientras los sectores más conservadores la empreden contra Beauvoir, que se atrevía a rechazar el matrimonio y la idea de ser madre. Pero poco a poco aumenta el número de seguidores de la pareja y acaba por convertírseles en cabezas visibles de una generación que pide paz y entendimiento (Sartre fue llamado a filas en 1939, cuando estalló la II Guerra Mundial; lo hicieron prisionero en 1940 y fue liberado en 1941). Algo que se concreta en la demanda (intelectual) del cese de las pruebas nucleares.
Su compromismo social fue tal que Sartre llegó incluso a rechazar el Nobel de Literatura en 1964 (la familia Nobel inventó los explosivos y creó posteriormente el codiciado galardón para compensar su crimen involuntario).
En su momento, el escritor rechazó el premio porque había adquirido un notable color político. Y su teoría era que si lo aceptaba se dejaría reabsorber por el sistema. «Dijeron que tendría miedo de que Simone se sintiera celosa. Y a todo eso tengo que decir que si tuviéramos un gobierno de Frente Popular y me lo concediera él, lo habría aceptado. No pienso que los escritores deban ser caballeros solitarios. Pero tampoco deben meterse en un avispero» dijo el escritor, que, sin querer, se metió en el avispero. Pero no nació dentro de él. La existencia precede a la esencia, o eso defendió, junto a Simone, aunque ambos admitieron que habían nacido el uno para el otro. ¿Pero uno nace o se hace? En teoría, se hace. En la práctica, no.
Tomado de Laura Fernández (El Mundo) (http://www.femiteca.com/spip.php?article136)
Y por último algo que acotar:
Amor inigualable, relación disfuncional, pactos imposibles de cumplir, en cuestión de sentimientos no existe pactos que pueda limitarlos.

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